“Uno vuelve siempre, a los viejos sitios
en que amó la vida, y entonces comprende
cómo están de ausentes, las cosas queridas…”C. Isella – A. Tejada Gómez
Te invoqué aquella mañana porque justo era tu cumpleaños y de pronto me di cuenta de que esa era la zona en que habitaste gran parte de tu vida. De que ese era el barrio en donde yo te conocí y te visité por el resto de tus días. Aunque a lo último, ni siquiera lo supieras, aunque algunos resentimientos ilógicos nos distanciaran.
Te invoqué porque siempre supe que tenías mucha fuerza, porque reconocí en mis actos la sangre de tu sangre, porque era el día de tu cumpleaños. Porque pensé que tu fuerza maligna me iba a ser útil y aún más resistente en un momento tan tenso. Porque sentí que ahora, desde el más allá, podrías ver las cosas de otra manera, con mayor comprensión y entonces, ayudarme. Porque pensé que finalmente entenderías y de pronto me di cuenta de que estaba caminando por las mismas calles que alguna vez caminaste y también caminé, por los mismos lugares donde viviste y también viví.
Siempre te consideré como una suerte de brujo o gurú en esta genealogía. Siempre estás presente, logrando que mis recuerdos se remitan mayormente a lo bueno de lo compartido, (qué paradoja).
Siempre estás presente y se me viene sin previo aviso, el recuerdo de tu sonrisa ante lo implacable. Y de pronto me encuentro cambiando las contraseñas de mi vida, como en una suerte de acto de fé, como un rito ancestral que se me impone.
Te invoqué, abuelo, ayudame.