Escribo con una extraña tristeza, siervo de un sofoco intelectual que me llega de la perfección de la tarde. Este cielo de un azul precioso, derivando hacia tonos rosado claros bajo una brisa igual y blanda, me da a la consciencia de mí mismo ganas de gritarme. Al final estoy escribiendo para huir y refugiarme. […]
a través de Escribo con una extraña tristeza — Los cuadernos de Vieco